Rafael Bravo Arrizabalaga

Nació en Arroa-Zestoa en 1950. Se inició en la narrativa, siendo premiado en diversos concursos.

En 1983 ganó el segundo premio del Concurso Ciudad de San Sebastián, con el relato "Así empezó Jesús Z. a ser famoso", editado por la editorial Ttarttalo. La revista Cuadernos de Alzate publicó su cuento "El reloj de San Lorenzo", premio Tomás Meabe 1986.

También escribió originales para teatro, una de cuyas obras "El hombre artista" ganó el Premio Santurtzi en 1984, y fue publicado por el Ayuntamiento de esa localidad.

Su poesía ha estado inédita en el tiempo, con aparición de alguno de sus poemas en revistas locales, hasta que en 2014 ganó el Premio de Poesía Villa de Lasarte con "La Casa Apagada". En 2017, la editorial "Beyle Books", publicó su poemario "Cuerpo y Alba", con prólogo del poeta Felipe Juaristi.

Con "Tempestad de Luz", ganó el Certamen de Poesía Villa de Pasaia 2017, y con "La Sombra del Aire", el Premio Iparraguirre de poesía en 2019. Siendo ambos trabajos prologados por la poeta Elena Román, y publicados por la editorial Bermingham.

Es el ganador del primer premio del I Certamen Literario RMS 2023 en la categoría de castellano con su relato "Cambio de rumbo".  

"Cambio de rumbo"

Musa, Umar y Usmán, abandonaban en Nigeria lo que más querían. El incendio de los besos de despedida lo contuvo el raudal de las lágrimas. Dejaban el alma atrás, con sus familias, con sus novias; la dejaban atrás porque la vida estaba delante, al otro lado del mar, donde tenían que llegar, costase cuanto costase, el incontenible afán de sus cuerpos.

La noche del puerto de Lagos encubrió su huida. Nadaron salvando apenas los cuencos de arroz y los teléfonos móviles. La mole del "Alithini II", barco cerealero con bandera de Malta, aplastaba con su sombra de hierro la misión de los polizones. La nave zarpaba hacia Europa, faro de sus sueños de futuro. Sueños que alcanzarían, dado lo inaccesible de las bodegas del carguero, encaramados en la pala del timón. Un espacio inestable, peligroso, expuesto a las inclemencias del mar, al aumento de calado del barco que podía sumergir el timón en el agua en cualquier momento. Un recurso tan extremo, tan desesperado, que demuestra que la necesidad relega la cordura y desdeña el riesgo. Lo importante era alcanzar la meta, lo de menos los avatares, la inseguridad, y ellos se habían conjurado para alcanzar el destino propuesto sin considerar el peligro.

Tuvieron que afrontar once días insospechados de travesía, interminables, inhumanos. Las provisiones se agotaron. Los teléfonos carecían de cobertura. El hambre, la sed, el abatimiento, comenzaron a morderles las tripas y enfriarles el coraje. Apenas dormían. Lo hacían por turnos, vigilantes unos de otros, evitando como podían caer al mar sobre la hélice que, como una colosal guillotina, giraba amenazadora debajo de ellos.

A lo que se aferraban desesperados realmente, más que al timón, era a la vida, y no por temor a la muerte, sino por el compromiso, por la responsabilidad adquirida con sus padres y sus novias. El embrión de sus familias, el proyecto de una vida mejor para todos dependía de la efectividad de su viaje. No podían decepcionarles. Pero tampoco querían perder las raíces, la memoria de su origen, y cuando más peligro corrían y desfallecía el ánimo, se recuperaban rememorando viejas tradiciones, contando historias entrañables, recitando emocionados poemas oídos a sus mayores.

Mas aunque mantuvieran el espíritu encendido, las fuerzas se apagaban. Sus cuerpos, deshidratados, y la hipotermia, favorecida por la humedad del mar y el frío otoñal de las noches, les hacía temblar, delirar, perderse en ensoñaciones y quimeras.

Por eso, cuando el "Alithini II" redujo máquinas, dobló la "Punta del Vigía", y entró en el puerto de Las Palmas de Gran Canaria, no cayeron en la cuenta de que habían alcanzado su meta, tan débiles y desorientados estaban, hasta que oyeron gritar a quienes, sin dar crédito a lo que veían, los habían descubierto desde el muelle desfallecidos sobre el timón.

Enseguida los llevaron al hospital, y los médicos, que consiguieron restablecer sus maltrechos organismos, no daban crédito a que hubieran soportado una singladura de once días entre Nigeria y Canarias en tan precarias condiciones.

Por último, condujeron a Musa, Umar y Usmán, a la comisaría del "Puerto de la Luz", donde, en lugar de iluminar su futuro como el nombre del puerto prometía, y habiendo elegido ellos un timón para dirigir sus vidas, paradojas del destino, las autoridades españolas les obligaban a cambiar de rumbo.

Rafael Bravo Arrizabalaga