Crónica - Ratos Rutas Retos

11.06.2023

El día D ha llegado. Bueno, quizá debería decir el día B (de Burgos, se entiende).

El tiempo está revuelto. Estamos acostumbrados a estas cosas; no nos arrugamos fácilmente. Al final, lucirá el sol, no me cabe duda. Lo que sí me cabe en la mochila es un pequeño chubasquero y un paraguas; tampoco vamos a hacer el tonto.

A pesar de alguna que otra baja de última hora, que no han podido acudir, la mayor parte de los inscritos se dan cita en OnDoaN con absoluta puntualidad. Aquí estamos Hamza, Consuelo, Graciela, Hamdi, Najmah, Mohamed, Iracema, Senia, Laia, Georgeshua, Mohamed, Denis, Sonia, Fanny, Kelin, Jimena, Jone, Arantza, Edwin, Coro, Tatiana, Cecilia, Moha, Dima, Abdellah, Pauli y un servidor. En esta ocasión no podrá acompañarnos (o, más bien, llevarnos) Luiscar; en su lugar, se ha presentado Emilio, que pronto pasará a ser casi uno más del grupo (es nuestro estilo, y él se deja hacer).

Teníamos pensado hacer algún bingo durante el viaje de ida, pero se nota a la gente animada, entre risas y charlas, y lo vamos a dejar para la vuelta. A las risas y la charla a ratos le acompañan también las exclamaciones provocadas por las trombas de agua que nos arrojan desde arriba durante buena parte del viaje. Iracema, viendo que San Pedro no parece estar por la labor de colaborar, ha decidido invocar a San José, a ver si intercede por nosotros. Veremos.

Llegamos justitos de tiempo a Atapuerca. Nos espera el CAREX (el Centro de Arqueología Experimental). Allí, en el exterior, con las explicaciones de Julia, la guía, hacemos un recorrido muy interesante por los avances tecnológicos que fueron haciendo nuestros antepasados desde "nuestros" inicios como especie; avances que hablan también del avance de nuestra capacidad de pensamiento y de relación, la lucha por la supervivencia y aspiraciones menos prosaicas (el arte y la expresión en general, la trascendencia…).

El recorrido, a ratos pasado por agua (algunos empezamos a tiritar tímidamente; temo terminar el día con una pulmonía colosal -el chubasquero y el paraguas se han quedado haciéndose mútua compañía en el autobús… sin comentarios-), nos permite experimentar las dificultades de la manufactura de las primeras herramientas de piedra, las diversas técnicas de caza… Aquí, Senia se ha hecho daño (la cazadora ha caído en su propia trampa, y se ha partido un diente). Eso sí que ha sido un jarro de agua fría para todos. Menos mal que ella tiene esa capacidad de sobreponerse a la adversidad y ver lo positivo de las cosas (al menos no hemos sido embestidos por el rinoceronte que nos vigila atentamente). ¡Ánimo Senia!

Antes de volver al bus, echamos un vistazo al interior del museo y algunas posan en el photocall "de época".

Nos encaminamos hacia la capital. En pocos minutos, estamos aparcados junto al Museo de la Evolución Humana, próxima parada del recorrido. La una de la tarde. Llegamos a nuestra cita con puntualidad inglesa.

Tras la breve explicación de la guía, sobre todo para que seamos capaces de movernos por el museo con soltura y criterio, cada uno tomamos nuestro ritmo y nuestro rumbo, guiados por nuestras distintas curiosidades y preferencias. Nos esperan cuatro plantas llenas de historia y de historias. Se nos explica de una manera muy didáctica cómo fuimos evolucionando (podríamos discutir largo y tendido en torno a este concepto y nuestro recorrido a lo largo de los siglos en el planeta que nos acogió y sigue haciéndolo): los movimientos geográficos de nuestros ancestros (y sus causas), sus relaciones con otras especies, sus descubrimientos, el misterio de la evolución de la especie, su adaptación a los distintos medios y las circunstancias con las que les tocó convivir, su curiosidad y búsquedas, los estudios e investigación más recientes que nos permiten tener conocimiento de todo esto…

Me ha encantado la experiencia del video a 360 grados (hablo del ángulo, no de la temperatura). Aunque también podía ser esto último, puesto que, nada más ponerme las gafas, me he sumergido en el mundo del fuego y sus múltiples manifestaciones. Me ha encantado aún más la paciencia de Laia, esperándome mientras leía todos los paneles informativos (al final, me he apiadado de ella y he decidido fotografiar los que me faltan, para seguir leyendo en casa), al verme solo y "retrasado" respecto del ritmo medio que lleva el grupo. Ella sí es el ejemplo máximo de evolución de la buena.

Son las 14:30 y nos vamos reuniendo en la entrada, tal y como habíamos quedado. Me da la sensación de que el hambre ha ayudado a ello. Bueno, Mohamed se está haciendo un poco el remolón, seguramente porque tiene más hambre de conocimiento que de tortilla. Ahí viene. Venga, vamos afuera, que luce un sol precioso y tenemos enfrente un parque que ni pintado para compartir el almuerzo.

Las más voraces, que han ido comiendo durante la mañana lo que han traído de casa, han tenido que ir a comprar algo más. No es un problema, puesto que justo junto a nosotros, bajo el museo, tenemos una avenida llena de chiringuitos que parecen estar esperándonos. Compartimos bancos, sombra, tertulia, cerezas y pastas.

Es inevitable albergar una sensación extraña: hace unas pocas horas estábamos en casa, donde siempre, quitándonos las legañas, ¡y ahora nos encontramos, bocata en mano, a orillas del río Arlanzón, en el corazón de la histórica Burgos!

Queda alrededor de hora y media para partir de vuelta. ¿Y si nos acercamos hacia la catedral y callejeamos un poco por la parte vieja de la ciudad?

La orilla del río es un lugar agradable para pasear, y más cuando lo haces como nosotros, sin prisa, con el único objetivo de conocer rincones nuevos, de dejarnos sorprender por las joyas que nos encontremos, de pillar la foto perfecta…, lejos del estrés y las prisas asociadas al trabajo y la rutina diaria. Cruzado el puente sobre el Arlanzón, entramos en la ciudad antigua por el Arco de Santa María, de un blanco resplandeciente bajo el sol del mediodía. Lo que nos espera al otro lado pasa de resplandeciente a cegador. El blanco de la piedra que alfombra el suelo que pisamos y el de las paredes de la catedral (parece mentira que tenga más de 800 años!!) producen el mismo efecto que la nieve en una montaña bañada por el sol. Manos a la frente y gafas muy oscuras, por favor. La belleza de lo que tenemos delante ya es de por sí cegadora, la verdad.

Vamos rodeando el fastuoso edificio, y admirando su grandiosidad y los mil detalles que lo adornan. Nos observan desde las alturas apóstoles, santos, obispos, e incluso reyes de piedra. Como el suelo está resplandeciente (como ya se ha dicho), no da pereza tumbarse en él; permite descansar un poco y sacar fotos en las que podamos aparecer junto con las torres gemelas de la catedral (si no, el encuadre resulta casi imposible). Vamos rodeando el edificio y bronceándonos al sol (menudo contraste con lo vivido en Atapuerca!). Y así, despacio despacio, callejeamos por la ciudad, pasando por la plaza Mayor, en busca de otro puente del que antes hemos pasado de largo, el puente de San Pablo, presidido por la escultura del Cid Campeador, a caballo, y vigilado por grandes estatuas de piedra que representan a personajes relacionados con el Cid, entre ellos, Doña Jimena. Nosotros llevamos a nuestra propia Jimena, que es de carne y hueso, y nos gusta mucho más que la del puente.

Ahí está Emilio, esperando. Una vez en el bus, y antes de que la siesta nos pueda atrapar en sus redes, repartimos unos sobres con tarjetas y palillos, porque es la hora del Bingo. Coro y Denis arrasan. Pero se muestran generosos y reparten parte de sus premios entre los demás acertantes de líneas. Mil gracias a los dos. Hamza, Laia, Iracema y Emilio son los otros agraciados. Por cierto, es milagroso que no hayamos tenido un accidente, teniendo en cuenta que nuestro chófer ha participado en el juego mientras conducía. O es muy bueno o en este caso San Cristóbal se ha aliado con nosotros.

Tras la paradita en Gasteiz, entrega de premios incluída (mochilas, cantimploras y palos de monte; estamos cada vez más equipados para las próximas rutas), remate del viaje. El sol vuelve a dejar paso a las nubes negras, pero llego a Donosti con mucha luz interior, la de todas las sonrisas que se han encendido a lo largo del día y que han ido ganando en intensidad a lo largo del mismo.

Mil gracias a todas y todos. Ha sido, una vez más, una experiencia preciosa. Y las que vendrán…

Xabi Ariznabarreta