Crónica - Taller de Constelaciones Familiares

11.11.2023

Dice el viejo dicho que a todo cerdo le llega su San Martín. Llegada la fecha, parecía un día propicio para decir por fin SÍ a una propuesta que me venía rondando desde hacía tiempo. No me voy a extender desgranando las similitudes o diferencias que se me puedan adjudicar respecto del citado animal, pero, a diferencia del porcino, y a pesar de que la muerte de alguna manera sí ha estado presente en los ejercicios que hemos llevado a cabo, creo que, en este día de San Martín, he conseguido hacerme con un rayo de una luz que he sentido muy lejana a la muerte.

No voy a negar que me he acercado un poco nervioso, puesto que me veía frente a una actividad que me resultaba del todo nueva, y porque sabía que no acudía a escuchar una simple charla o a recibir un curso. No saber si me iba a situar adecuadamente, si iba a acertar, hasta qué punto me iba a llegar lo allí vivido, en qué medida sería preciso desnudarse, si algo me llegaría a tocar y hasta qué punto me podía llegar a mover… me dejaba sin un asidero en el que poder sentirme seguro, y me provocaba una cierta inquietud.

Pero sabía a qué lugar me dirigía y en qué manos me ponía: OnDoaN y Arantza. No es mala combinación. El empujón que me han dado, por un lado, la confianza que eso me despertaba y, por otro, los ánimos recibidos (especialmente por parte de Sonia) para acudir, han sido suficientes para reunir el valor que ha superado las preocupaciones expuestas.

Resultado: muy positivo.

Un claro indicador de esto último puede ser el hecho de que, aunque me he acercado con la idea de participar únicamente en la sesión matutina, he decidido quedarme también a la de la tarde.

No hemos recibido una charla, no, las palabras que nos ha ido regalando Arantza en la presentación y ejercicios que se han hecho para ir situándonos y calentando antes de comenzar con las constelaciones propiamente dichas de quienes nos hemos animado a ello, me han ido llegando a lo más profundo, siempre de ayuda.

No hemos recibido un curso, no, pero sí hemos compartido unas vivencias llenas de bellas enseñanzas.

El sistema que hemos conformado quienes allí nos hemos reunido, tras el trabajo desarrollado para fortalecer la cohesión del grupo y para aunar entre nosotros adecuadamente las energías, ha funcionado con el más absoluto de los respetos y como una máquina perfectamente engrasada, pero lejos de la frialdad de una máquina.

Nos hemos puesto a mirar hacia nuestro interior, y también hacia atrás (hacia aquellas y aquellos que, les hayamos conocido o no, han sido imprescindibles para que podamos estar aquí), haciendo visibles a los que quizá de alguna manera fueron invisibles, y recibiendo así un empujoncito para empoderarnos o soltar algún nudo que nos ahoga.

Lo ahí compartido, ahí ha quedado, cómo no. Entre otras cosas, el dolor que producen las espinas que ponen nuestros equilibrios en peligro. Ha sido una oportunidad magnífica para recordarme lo similares que somos, a pesar de lo diferentes que aparentamos ser, a pesar de nuestros dispares orígenes familiares, a pesar de que hayamos recibido una formación que poco tenga que ver entre sí o que desempeñemos (o lo hayamos hecho) unas labores profesionales muy diferentes… Y hemos podido (me ha quedado claro que no he sido el único) conectar con el dolor del otro en más de una ocasión, entre otras cosas porque su dolor también recoge una parte del mío y porque he visto reflejado lo mío en lo suyo. Y así, los ungüentos que se han puesto sobre sus heridas también han aliviado las mías.

He terminado el día con una sonrisa, porque sin duda ha merecido la pena. Pero también reventado; y es que no hemos navegado precisamente en un océano de trivialidades sino más bien todo lo contrario. Ha sido intenso.

Muchas gracias a los que me han animado a probar, a quienes habéis hecho posible esta actividad, a Arantza, que nos ha guiado con cariño y maestría, y, cómo no, a todos los miembros del grupo que hoy hemos compartido tantas cosas.

Es bastante probable que vuelva, incluso sin tener que esperar a San Martín.

Xabier Ariznabarreta