Crónica - "Palmera de Débora"

29.11.2025

Un encuentro que abraza el alma: Mujeres de La Palmera tejiendo fuerza, migración y esperanza.

Hoy, bajo la guía amorosa de Pauli y Arantza -mujeres que siempre tienen el corazón abierto para dar, sostener y compartir su bondad- nos hemos reunido para vivir un encuentro que ha abrazado el alma y encendido la fuerza que solo se despierta cuando las mujeres caminamos juntas.

Hay reuniones que no solo se cuentan: se sienten, y la vivida en La Palmera ha sido una de esas experiencias que dejan una huella profunda, de esas que parecen surgir del corazón colectivo de las mujeres que nos reunimos buscando sostén, espejo, compañía y rumbo.

Este encuentro ha sido particularmente especial: se han unido a nosotras dos nuevas compañeras, Ana y Ruth, que llegan con historias migrantes frescas, abiertas, vulnerables y llenas de valentía. Ana, con apenas cuatro días en tierra vasca, trae consigo la nostalgia reciente de haber dejado a sus pequeñas hijas y a su esposo en Honduras. Su voz, quebrada por momentos, cargaba el peso dulce y doloroso del amor que se estira cuando una madre migra primero. Ruth, por su parte, nacida en tierras peruanas, lleva más tiempo recorriendo geografías en busca de un lugar seguro; antes de llegar a San Sebastián vivió en Portugal, y su duelo migratorio tiene otras capas, otros ritmos, otras heridas silenciosas.

Ambas han llegado con su propio equipaje emocional, pero en este espacio han encontrado algo que solo puede surgir cuando las mujeres nos juntamos desde la honestidad; acogida, escucha, ternura y una hermandad espontánea que se siente como un abrazo cálido en medio del frío del desarraigo.

En la sesión no han faltado lágrimas, que no han sido de derrota, sino de liberación; corazones apachurrados por la nostalgia de la patria, la familia, los olores de casa, las rutinas que quedaron atrás. Cada sollozo que brotaba encontraba eco en las demás. Y es que, aunque nuestras historias sean distintas, la emoción de migrar desde la incertidumbre es profundamente universal.

Hemos hecho una dinámica poderosa, casi ritual, en la que cada una ha manifestado el sentimiento que está transitando en este momento de su vida: la ira que aprieta el pecho, el enojo que por momentos confunde, la calma que aparece como un aviso de que seguimos vivas y firmes, la transformación que ya comenzó y no se detiene, la alegría que a veces se esconde, pero nunca se va del todo. Nombrar lo que sentimos es el primer acto de libertad.

Luego experimentamos una dinámica especialmente bella: con los ojos vendados, caminamos de la mano de una compañera para fortalecer la confianza. Fueron pasos lentos, casi ceremoniales. Al no ver, una entiende mejor lo que es soltar el control y permitir que el cariño de otra mujer te sostenga. Al final, al compartir cómo nos sentimos, surgió un hilo común; la seguridad, ese alivio dulce de saber que, incluso en la oscuridad, no estamos solas.

Luego vino la danza consciente. Que belleza ver cómo nuestros cuerpos, tantas veces tensos por la supervivencia, se entregaron a la libertad del movimiento. Con los ojos cerrados, con música que acariciaba las emociones, cada cuerpo contó una historia sin necesidad de palabras. Fue un momento de presencia absoluta, de soltar, de permitirnos ser, sin juicio, sin miedo, sin carga.

Y después… cantamos. Guiadas por Pauli y su hermosa propuesta "Baila la Vida" nos tomamos de las manos y nuestras voces se mezclaron como si fuéramos un coro que lleva años ensayando. Había fuerza, sonrisas, estábamos afinadas por la emoción, no por la técnica. Fue un canto que acarició el alma.

Fuimos muchas; de diferentes países, con realidades diversas, con dolores que no siempre se nombran, pero con una sola intención firme: salir adelante. Este espacio, La Palmera, nos acoge con cariño y nos ofrece justo lo que tantas deseamos: un lugar donde crecer, transformar y recuperar nuestra fortaleza.

Lo que vivimos no fue solo una reunión. Fue un tejido, una red, un círculo de mujeres que se reconocen en el dolor, sí, pero también en la enorme capacidad de levantarse una y mil veces.

Y así, entre abrazos, risas, lágrimas y bailes, encendimos algo que ninguna distancia nos puede quitar; la certeza de que juntas avanzamos más fuertes.

"Porque cuando una mujer migra, resiste; pero cuando se encuentra con otras mujeres, renace. Y en La Palmera, juntas, estamos renaciendo."

Hasta pronto.

Martha Ortega